martes, 24 de diciembre de 2013

¿ Por qué escribo?



Cuando digo que me gusta escribir, en ocasiones, la gente me pregunta ¿por qué?. No existe una razón concreta, no hay una razón única, son muchos los motivos que me llevan a sentarme delante del ordenador e intentar contar historias. Hace un par de años hice un listado de "porqués", este fue el resultado. Hoy añadiria algún porqué más, pero eso, otro día.








¿Por qué escribo?

 

Porque me gusta.

 

Porque lo necesito.

 

Porque me ayuda a estar cuerda o a volverme loca, depende…

 

Porque cuando pienso que tengo algo que contar lo escribo, siempre lo he hecho, desde que era adolescente.

 

Porque pasar días y días trabajando en un capítulo y por fin poder mandarlo me da energía, me “pega el subidón”. No se explicarlo, solo sentirlo.

 

Porque no me imagino a mi misma sin escribir un poco cada día.

 

Porque aún cuando no tengo ordenador, ni lápiz ni papel, sigo haciéndolo, sigo escribiendo en el autobús, en el parque y hasta en la ducha.

 

Porque sueño con que mis historias un día se lean. Y que además gusten.

 

Porque me produce mucha satisfacción pasar ratos con mis personajes. Darles vida, verles evolucionar, sobretodo imaginarles.

 

Porque tengo mucho que aprender y escribir me ayuda.

 

Porque mi familia me dice que cuando mejor se me ve es cuando estoy imaginando  y escribiendo. Mi psicólogo también. De manera que he llegado a la conclusión de que además de gustarme me sirve de terapia.

 

 Porque podría buscar mil porqués y todos validos. Pero la explicación es sencilla, me gusta, me produce satisfacción y me ayuda. Y por contradictorio que suene, decir porque escribes es imposible, es algo que se siente, no se dice. En ocasiones cuando  por fin consigues verbalizar un sentimiento, este, pierde su valor por el solo hecho de haberle dado forma de palabra escrita o hablada. De manera que os diré lo que digo siempre cuando no soy capaz de verbalizar un sentimiento…"entra en mi cabeza y  siéntelo como yo" .

 

¿Por qué escribo?... Entrad en mi cabeza y lo sabréis.

lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Literatura erótica o erotismo en la literatura?


Literatura erótica o erotismo en literatura.

 

Al hacer la presentación del primer capítulo de mi novela, hice constar la puntualización que mi correctora, Susana, había realizado sobre la misma. Mi primera intención fue escribir una novela con un alto contenido erótico, pero como ya indiqué, en ocasiones  es la escritura la que lleva al autor y no al contrario, de manera, que el resultado ha sido una novela con escenas eróticas, pero no una novela erótica al uso. Esta diferencia  me sirve para iniciar un debate sobre literatura erótica o erotismo en la literatura, para ello voy a apoyarme en la documentación que Marisa Mañana, profesora de literatura erótica de la Escuela de Escritores, me hizo llegar cuando tuve el placer de ser su alumna.

Comenzaba Marisa el primer tema del curso preguntando ¿Qué debe tener un texto para ser erótico? Si la pregunta fuera lanzada en un grupo de amigos la mayoría coincidiría en afirmar que en un texto erótico uno o más personajes tienen relaciones sexuales. Entonces ¿un texto erótico se reduce a la redacción de un intercambio sexual?

A lo largo de la historia de la literatura, es, sobretodo a partir del SXVIII, cuando muchas obras nacen de un afán subversivo, contra las normas y los valores que intentan regular el instinto sexual, y también un afán lúdico, del goce por el goce, dejando en evidencia la hipocresía de la sociedad. Allí donde el erotismo se convierte en arte podemos encontrarnos con el marqués de Sade, Chordelos de Laclos James Joyce, Henry Miller, Anaís Nïn, Georges Bataille, entre otros…

Si bien es cierto que las obras de los autores mencionados son esencialmente eróticas, es decir, que en ellas la unión sexual tiene mucho de físico y carnal, también es cierto que sus obras adquieren un sentido de búsqueda, un afán de entrever no solo lo maravilloso, lo extraordinario, lo emocionante, lo sublime, sino también lo diverso, lo desconocido, el desafío; la exploración de cuanto haya de turbador, de complejo, de singular o de inquietante en el sexo. Y así, también nos encontramos con autores en cuyas obras hay erotismo por más que estas no sean esencialmente eróticas. Safo de Lesbos, Platón, Teresa de Jesús, Goethe, Vladimir Nabokov, García Márquez, Alessandro Baricco… Una extensa lista de autores publicados en la historia de la literatura. Es seguro que con más de una novela o un cuento nos hemos preguntado si son estrictamente eróticos o no, entonces surge el interrogante ¿Literatura erótica o erotismo en al literatura?

Pues bien, la Literatura erótica es, como la narrativa policiaca o de ciencia ficción, un subgénero, con sus reglas correspondientes: el deseo sexual, el sexo explícito, la consumación de ese deseo sexual. El erotismo en literatura, está libre de normas, no tiene sujeciones de ningún tipo, así que nos podemos encontrar con lo erótico en un relato fantástico o policíaco. Podemos decir que la frontera entre la literatura erótica y el erotismo en literatura es difusa, hay obras literarias que se amoldan íntegramente o en parte a los requisitos de la literatura erótica. Por otro lado hay textos dentro de cualquier otro género que se pueden considerar puramente eróticos  por su genialidad, originalidad o tratamiento inusual de algún aspecto. Ahora bien, tanto si se trata de literatura erótica o erotismo en la literatura, hay un elemento común a ambos: la transgresión acampa a sus anchas por el texto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

martes, 10 de diciembre de 2013

El Cuarto Oscuro


 Después de un larguísimo fin de semana, elevemos un poco el tono, para combatir el frío, otro comienzo, el del relato erótico “El cuarto oscuro”, perteneciente a la Antología erótica “La carne despierta”.

 

 

 

El cuarto Oscuro.

 

 

   Me había dado las instrucciones oportunas de cómo debía ir vestida esa noche y como debía comportarme. La sensación de vértigo que tenia en el estomago hacía que mis manos estuviesen constantemente heladas. Heladas y temblorosas. Debía estar preparada  para su llegada y no era capaz de mantener un objeto en mi mano sin que se resbalase. Me senté sobre la cama, respiré profundamente, y comencé a arreglarme.

En una pequeña maleta había dispuesto todo lo que me había ordenado. Una camisa negra transparente, un corsé negro sin copas, unas medias con blonda, negras, al igual que el liguero, y aquellos altísimos tacones que tanto le complacían a mi amante. No debía llevar ropa interior, ni tampoco falda. A él le gustaba así, siempre disponible.

  Después de una larga  ducha, una vez seca, extendí aceite de Hamman por todo mi cuerpo. El olor dulce del aceite siempre me recordaba a él. Comencé a vestirme, despacio, muy despacio, convirtiendo el momento en  un ritual. Cada prenda, cada movimiento tenía su significado. Quería disfrutar imaginando, anticipándome a lo que estaba por llegar. Mi respiración estaba acelerada, mis manos, aunque heladas, sudaban. Decidí tomármelo con calma, de otra manera terminaría haciéndolo todo mal.

 Primero, las medias, deslizando su suave tejido por mis piernas, sintiendo su caricia, acomodando la blonda alrededor de mi muslo. Después, el liguero, que abrazaba mis caderas enmarcando mi pubis, dejándole en evidencia. Dejé caer desde mi cabeza la camisa transparente, que al  rozar  mis pechos desnudos, hacía que los pezones reaccionaran, agradecidos, creciendo, alzándose erectos. Sobre ella ceñí el corsé sin copas.  Lo até a la espalda lo más fuerte que puede, las ballenas de acero que había debajo de la tela favorecía que los pechos se elevasen y sobresaliesen bajo la camisa, mostrándose provocadores, desvergonzados. Por ultimo, los zapatos.

   El espejo de la habitación  era grande, me permitía ver todo mi cuerpo y me devolvía una imagen de mi misma que me costaba reconocer.

Sonó el móvil. Era él, estaba en la recepción del hotel, subía a la habitación y quería saber si ya estaba preparada.

Solo me falta el abrigo —le contesté.

  No te lo pongas todavía, espera, quiero darte mi visto bueno.

Aproveché los pocos minutos que tenía para retocar el maquillaje y darme un poco de  perfume. Un último repaso frente al espejo. Todo perfecto, como a él le gusta.

 Dio tres toques con los nudillos en la puerta de la habitación. Siempre lo hacía así para que yo supiese que era él. Seria un poco embarazoso abrir la puerta de la habitación vestida de aquella manera y encontrar al otro lado a un empleado del hotel.  Los nervios me hicieron suspirar de manera inconsciente             Mis manos continuaban heladas. Abrí la puerta. Cuando entró en la habitación pude leer en su mirada que lo que veía era de su agrado. Mi esfuerzo no había sido en vano. Me cogió de una mano,  y elevándola sobre mi cabeza, me hizo girar sobre mi misma para poder observarme por completo.

   Perfecta, susurró a mi oído.

 Se dirigió a la cama, cogió el abrigo que había sobre ella. Con un gesto caballeroso me lo puso a la vez que depositaba un beso suave y húmedo en mi cuello. Me estremecí y deje que aquella humedad inundara todo mi sexo.

 

                                                           Mª Ángeles Paniagua. El cuarto Oscuro.

viernes, 6 de diciembre de 2013


Capítulo 1. Fin.

 

  Cuando ya dejó de gritar y se dispuso a escuchar, oyó una voz mecánica.

-—El número marcado está apagado o fuera de cobertura.

Marcó nuevamente una vez más, otra vez, hasta perder la cuenta, pero la respuesta siempre fue la misma.

Era de locos. Hacía unas horas que se había despedido de Elisa en el aeropuerto. El avión en el que debía viajar se había estrellado en algún lugar de los Pirineos, pero Elisa no había subido a ese avión. Todo esto debía tener una explicación, solo era cuestión de esperar a que Elisa apareciese. Hacía unos meses había estado bastante extraña, lejana… Pero de eso hacía meses, ahora parecía que todo iba volviendo a la normalidad.

No podía hacer nada de momento, no esta noche, solo esperar a mañana.

 Se acomodó en el sofá con el teléfono móvil y el fijo sobre el pecho y cerró los ojos. Sabía que no iba a dormir, pero por lo menos intentaría descansar.

Cuando la claridad llenó la sala anunciando que amanecía, se incorporó. Se quedó sentado con la manta encima y los teléfonos en la mano. Ni el fijo, ni el móvil, habían sonado en toda la noche. ¿Dónde estaba Elisa?

Preparó los desayunos de los niños. Llamó a su suegra y le pidió que se ocupase esa mañana de ellos. No le dio ninguna explicación más que la que ya conocía. No quería que la situación se descontrolara, aunque era cuestión de horas que se supiese la verdad. Dejó a Roberto al cuidado de los mellizos en lo que llegaba la abuela. Se duchó, se vistió, se despidió de sus hijos y subió al coche. No tomó el camino de su trabajo, sino al centro de la ciudad.

Un camión del ayuntamiento regaba las calles, aún no hacía demasiado calor. Aparcó en el parking del hospital que estaba al lado de la Comisaría General. Cuando era pequeño y acompañaba a su madre los lunes a la Iglesia de San Nicolás, pasaba por la comisaría. Imaginaba que todos los SEAT 124 que había aparcados a la puerta eran los coches de la policía secreta. Siempre se hacía un poco el remolón por ver si veía a algún policía vestido de paisano entrar en alguno de aquellos coches y  poder fardar delante de sus amigos de que había visto un policía de la secreta. Entró en la comisaría sin parar a mirar el modelo de coche aparcado en al puerta.

 Se sintió perdido. En aquel lugar había demasiado ruido, todo se movía deprisa, las personas, las puertas, los papeles… Estaba a punto de dar media vuelta cuando una agente vestida de uniforme se acercó a él.

-—Disculpe, ¿se encuentra bien? Está usted muy pálido. ¿Busca a alguien?

Alberto por fin reaccionó.

—Quería denunciar la desaparición de Elisa. Debía estar en el avión, pero… No está, y no sé donde está.

La agente, le condujo hasta un despacho cercano, le acompañaba como se acompaña a un niño perdido en la calle, y le consuelas mientras tratas de encontrar a sus padres.  Le recibió el comisario Martínez. Después de escuchar el relato  le explicó, que hasta que no se cumpliesen los plazos marcados por la ley, no se admitiría la denuncia por desaparición y por tanto no iniciarían la búsqueda.

Sentado ya en el asiento de su coche. Alberto le  daba vueltas a que era lo que debía hacer. No sabia a donde dirigirse, donde buscar. Miró su móvil buscando desesperadamente una llamada de Elisa. Entonces lo vio, el número de teléfono de Felipe Castro. Pensó en llamarle para que le relatara de nuevo como vio a Elisa abandonar el aeropuerto. Pero, no era buena idea, no debía ocupar la línea por si Elisa llamaba.

 Cruzó el Puente Mayor en dirección al aeropuerto. El parking estaba lleno de coches oficiales, había oído por la radio que repatriarían los cuerpos de los pasajeros a la zona militar del aeropuerto.

La sala principal estaba abarrotada.  Se dirigió directamente a la oficina de alquiler de coches. No quería ver el sufrimiento de toda aquella gente esperando a sus familiares muertos. Él, debía de haber sido uno de ellos y sin embargo no sentía alegría por no serlo.

Felipe Castro, que no perdía detalle desde la ventanilla de la oficina de alquiler de coches, vio acercarse a Alberto. Le sonrió falsamente, pensó  que venia a quitarle la exclusiva con la televisión. La sonrisa se le quedó congelada cuando se dio cuenta de su aspecto. No era la apariencia de alguien que ha visto como su mujer se salvaba de la muerte. Más bien todo lo contrario. Le tendió la mano para saludarle. Alberto le devolvió el saludo de forma mecánica a la vez que le interrogaba.

—Felipe, ¿estás seguro de que era Elisa la mujer que viste abandonar el aeropuerto?

—Si hombre, si. Sin duda ninguna. Si después los de equipajes me han querido meter en un lío diciéndome que por favor me hiciese cargo de sus maletas, que como era conocida… La policía en un principio lo retuvo, después de escanearlo, comprobaron que no había nada sospechoso y lo llevaron de vuelta a equipajes. Pero yo no quería responsabilidades, que después falta algo, y la culpa es mía. Espero que no te moleste.

Alberto no soportaba  que le diera todo tipo de explicaciones sin que nadie se las pidiese, pero era la única  persona que la  había visto salir del aeropuerto.

—No te preocupes Felipe —le dijo—, has hecho bien. ¿Entonces me entregaran su equipaje sin problemas?

—Si hombre, si. Dí que vas de parte de Felipe, el de los coches, y te lo darán, que yo tengo mucha mano por aquí, ya sabes… uno que es popular.

Alberto ya se alejaba de Felipe cuando le oyó de nuevo.

— ¿Es que al final le ha ocurrido algo a tu mujer? Entonces… ¿No podré contar nada en la Tele?

 No se giro para contestarle, prefirió hacer como que no le había oído.

Tal y como le había dicho Felipe le entregaron el equipaje de Elisa sin ningún problema. Salió lo más deprisa que pudo del aeropuerto. Quería alejarse de allí cuanto antes. Olvidar el dolor que se palpaba en el ambiente, olvidar que aquel era el último sitio donde había estado con ella, olvidar a Felipe, olvidar todo.

Aparcó el coche a la puerta de su casa. Siempre había sitio. Sacó las dos grandes maletas. Los niños no estaban en casa, encontró una nota de la abuela sobre la mesa de la cocina diciendo que estaban en  la piscina

 Las llevo al dormitorio. Se sentó en la cama observándolas. No se atrevió a abrirlas, tanto él, como Elisa eran muy respetuosos con la intimidad del otro. Pero aquella no era una situación normal. Por fin se decidió, colocó las maletas sobre la cama, buscó las llaves de repuesto en la mesilla de noche. La ropa perfectamente ordenada quedó a la vista, nada parecía fuera de su sitio. Abrió la segunda maleta, el portátil de Elisa estaba colocado entre la ropa, para que no sufriese ningún daño. Al lado, un estuche rígido de color oscuro, cerrado con una cremallera.  No recordaba haber visto ese estuche por casa. Esta vez no se lo pensó y lo abrió. En su interior encontró media docena de pendrives. Todos llevaban pegada una pequeña etiqueta escrita a mano, la letra era de Elisa. En cada una había escrito un nombre, una numeración y una fecha. Cogió uno al azar y leyó.

 

      Astarté 3. Marzo 09.

 

Examinando uno por uno, se dio cuenta de que en todos estaba escrita la palabra “Astarté”, seguido de un número y después el mes y el año. Buscando encontró el que parecía, aplicando cierta lógica, el primer pendrive.

 

    Astarté 1. Mayo 08

 

Siguió buscando y encontró el que parecía ser  el último. Estaba fechado la semana antes a la partida de Elisa.
 
 

miércoles, 4 de diciembre de 2013


Capítulo 1. 3ª Parte.

 

 

Las horas siguientes fueron una autentica locura. Familiares y amigos que se iban enterando de la noticia del accidente del avión, llamaban o se presentaban en casa. Alberto atendía las llamadas y las visitas lo más pacientemente posible. No dijo nada de la llamada de Felipe. Esperó durante toda la tarde la llegada de Elisa. Cuando  fue evidente que no se iba a producir tuvo claro que Felipe se había equivocado, su mujer estaba en ese avión. Maldijo a Felipe, por haberle hecho creer que su mujer aún vivía, por darle una falsa esperanza, por hacerle pensar que encontraría a Elisa en casa. Se derrumbó, pero no quería que nadie lo supiera, en el fondo de su corazón aún albergaba una pequeña esperanza. Necesitaba estar a solas. Pidió a los familiares y amigos que fuesen a sus casas, allí no hacían nada y él necesitaba tiempo para pensar y resolver.

Se asomó a la habitación de sus hijos pequeños. Roberto había actuado como un perfecto hermano mayor y a pesar del caos que había sido  la casa durante las últimas horas, había conseguido darles la cena y acostarles. Cuando Alberto se asomó a la puerta de la habitación cada uno de sus hijos permanecía en su cama leyendo, tranquilamente. Eran una costumbre que Elisa les había inculcado desde muy pequeños. Cerró sus cuentos les arropó y después de besarles, apagó la luz. La echaba de menos. Aquel había sido durante mucho tiempo el mejor momento de día, cuando por fin los niños se dormían y la casa quedaba tranquila. Entonces era cuando ellos se preparaban un vaso de leche caliente y se sentaban en el sofá, uno al lado del otro, solo por el placer de disfrutar de aquel momento intimo, cómplice. Elisa subía las piernas al sofá y se acurrucaba sobre Alberto, le escuchaba, con absoluta veneración, relatar los acontecimientos del día mientras soplaba la leche, siempre demasiado caliente para su gusto. Alberto no conseguía recordar cuando dejaron de hacerlo, cuando dejaron de acostar juntos a los niños para después tomarse un vaso de leche caliente.

Entró en el salón, Roberto intentaba poner un poco de orden. Le ayudó con un par de platos. No se hablaban, los dos evitaban el tema. A Alberto le daba la impresión de que su hijo lloraba en silencio, no levantaba los ojos del suelo y se movía de forma nerviosa.

—Anda, hijo, acuéstate. Es tarde, y ha sido un día complicado.

Roberto levantó la mirada mientras negaba con la cabeza, sin pronunciar palabra.

—Despierto no adelantas nada.

—No quiero papá, es como abandonar a mamá.

Alberto también lo pensaba, acostarse, dormir, era como abandonar a Elisa.

—De acuerdo, me pido el sofá grande, tú el pequeño. Voy a por las mantas. Ah, mientras,  busca donde anotaste el teléfono de información que te dio la policía.

Salió apresurado del salón, no quería dar tiempo a que su hijo le preguntase si tenía intención de llamar de nuevo a la policía. Cogió unas mantas que había en el arcón, a los pies de su cama, y volvió al salón. Roberto  estaba medio tumbado en el sofá pequeño, tal y como preveía, en seguida se quedaría dormido. Charlaron durante unos minutos de temas sin importancia, evitaban hablar de Elisa y del accidente. Cuando los silencios empezaron a ocupar más tiempo que las palabras, tapó a su hijo con la manta, por fin dormía.

Tenía entre sus dedos el papel donde estaba anotado el número de teléfono de la policía del aeropuerto. ¿Por qué no habían vuelto a ponerse en contacto con él? Se fue hacía la cocina, no quería que su hijo le oyese. Marcó y esperó a escuchar los tonos de llamada,  sudaba y tenía la sensación de que el corazón  iba  a salirse de su sitio en cualquier momento, le latía tan deprisa y con tanta fuerza que lo sentía dentro de su cabeza. Por fin alguien contestó:

—Policía del aeropuerto, dígame.

—Buenas noches, mi nombre es Alberto Olmedo, esta tarde se pusieron ustedes en contacto con mi hijo, por lo de accidente. Mi esposa Elisa Santos, al parecer viajaba en es avión…

Dejó de hablar, se dio cuenta de que había dicho, “al parecer”, de forma involuntaria. La voz de la operadora le sacó de sus pensamientos.

—Oiga, oiga… ¿Ha dicho usted Elisa Santos? Le paso con mi superior, no se retire.

 Sin esperar contestación le puso la melodía de espera, que a Alberto le pareció muy poco oportuna, “Para Elisa”, de Richard Clayderman. Cuando la melodía amenazaba con la tercera repetición, alguien se puso al aparato.

—Buenas noches —la voz parecía cansada—, me dice mi compañera que es usted familiar de Elisa Santos

—Si, así es, soy su marido. Esta tarde se pusieron ustedes en contacto con mi hijo. Mi esposa, Elisa Santos viajaba en el avión.

Por lo menos en esta ocasión no había dicho, “parece”.

—Discúlpenos, llamamos por error a su casa. En un principio su esposa aparecía en las lista de pasajeros. Pero después al hacer las comprobaciones, se pudo ver que, aunque facturó el equipaje, no subió al avión. De hecho en embarque, nos han confirmado que retuvieron al resto de los viajeros hasta localizar el equipaje de su esposa, ya sabe, protocolo de seguridad.

Alberto iba a decirle que había un error, que su esposa estaba en ese avión, ¿dónde sino?

—Gracias, — consiguió articular Alberto. Y colgó el teléfono.

Entonces se le ocurrió, como no lo había pensado antes. Marcó el número del teléfono móvil de Elisa. Oyó los tonos de marcación y por fin el sonido al descolgar. No esperó a oír la voz de su mujer, comenzó a gritar de forma desesperada.

— ¿Elisa? ¿Elisa? ¿Dónde estás?
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

martes, 3 de diciembre de 2013







Capítulo 1.  2ª Parte.

 

El llanto de Roberto llenó el auricular, Alberto se había dejado caer sobre la silla, como si el peso de lo que estaba escuchando le hubiese empujado hacia atrás. No era capaz de responder a su hijo.

—Papá ¿estás ahí? Lo siento papá quería decírtelo cuando llegases a casa pero te retrasabas y ya no aguantaba más. No sabia que hacer, lo siento papá, lo siento mucho… Papá, la policía está tratando de localizarte, les he dado tu número de móvil. No se si he hecho bien… Jo, papá ¿no le habrá pasado nada mamá? ¿Verdad?

Nuevamente comenzó a llorar.

— No te preocupes hijo, lo has hecho bien. Voy para allá, lo más rápido que pueda. Tranquilízate, a mamá no le ha pasado nada.

 No sabía porqué había dicho aquello, en realidad no sabía que estaba pasando. Necesitaba creer que era así, necesitaba creer que no le había ocurrido nada a Elisa, que todo era un error de la policía.

—Ah una cosa Roberto, no le digas nada a tus hermanos pequeños.

Bajó hasta el parking de la empresa, se encontraba en el mismo edificio que las oficinas. De manera mecánica subió al coche y salió lo más deprisa que pudo hacía su casa. Conducía con la mente en otro lugar, en una par de ocasiones oyó la sonora pitada de otros conductores, no respetaba ni una sola norma de circulación, necesitaba llegar a su casa. Las imágenes de Elisa despidiéndose en el aeropuerto pasaban por su cabeza a toda velocidad, la voz llorosa de su hijo no dejaba de sonar en sus oídos y no supo como ni en que momento se escucho a si mismo.

— Un error, es un error, alguien se he equivocado.

Su boca y su mente lo repetían constantemente.

El camino a casa  le pareció una carrera de obstáculos. Se disponía a salir de su coche cuando notó la vibración de su móvil en el bolsillo del pantalón. Era un número desconocido, pensó que seria la policía tratando de localizarle y contestó.

— ¿Alberto?

No parecía la policía. No sabia quien era la persona que  llamaba, ya iba a disculparse y colgar cuando algo le hizo cambiar de idea.

 —Soy Felipe, Felipe Castro, del alquiler de coches del aeropuerto. Joer tío vaya suerte habéis tenido. Lo que es la vida, hacía tiempo que no nos veíamos. Con la crisis tus jefes alquilan pocos coches. Y justo nos vemos hoy.

Alberto estaba perdiendo la paciencia, no sabía muy bien que pretendía aquel sujeto que no paraba de hablar.

—Perdona Felipe, necesito dejar esta línea libre. —Dijo Alberto intentando  parecer lo más cordial posible.

—No quiero molestarte. Mira verás, es que los de la televisión han pasado por aquí, yo les he contado lo de tu mujer… Joer tío es que vaya suerte… Volverán más tarde a hacerme unas preguntas. Solo quería preguntarte si te importa, oye, es que no quiero meter la pata.

La voz de Felipe sonaba sobreexcitada, nerviosa. Como si algo muy bueno le hubiese ocurrido. Alberto no entendía que clase de persona se alegraba de los males ajenos. ¿A que clase de suerte se refería? ¿Salir en Televisión? Aquel tipo no estaba bien de la cabeza y su verborrea  empezaba a cabrearle. De nuevo le escuchó al otro lado del auricular.

—Cuando la vi salir corriendo detrás de ti, pensé que había olvidado algo y que salía en tu busca. Ya no presté más atención, pero al no presentarse en el avión y tener facturado el equipaje, se armó una gorda. Ya sabes, el protocolo de seguridad. Retuvieron el avión hasta localizar su equipaje.  Parece que ese avión estaba gafado desde antes de despegar.

Lo sabía, sabía que era un error. Ahora entraría en casa y encontraría a Elisa.

— Felipe, si no te importa debo entrar en mi casa, gracias — dijo Alberto intentando poner fin a aquella ridícula conversación.

— Solo quería decirte que me alegro mucho de lo de tu mujer y pedirte permiso para hablar con los de la televisión.

Alberto ya no aguantaba más a aquel tipo. Aquello era el colmo de la estupidez, lo que es capaz de hacer la gente por un minuto de televisión.

—Mira Felipe, eso es algo que debe decidir Elisa. Ya me pondré en contacto contigo. Hasta otro rato.

Pulsó el teclado del móvil dando por terminada de una vez aquella conversación. Felipe era un oportunista, pero las noticias que le había dado eran buenas. Elisa no había subido al avión. Ignoraba el motivo. Se había salvado del accidente. Pero algo no encajaba. La policía había llamado, Elisa no. No solo no había llamado, tampoco había aparecido por casa. O tal vez si, tal vez ella y los niños le aguardaban detrás de la puerta para darle una sorpresa.

 Subía las escaleras, de dos en dos, cuando la puerta se abrió, su hijo Roberto, con la cara congestionada por las lágrimas, se abrazó a él. Mientras le abrazaba, recorrió con la mirada la entrada y el salón esperando encontrar a  su mujer. Elisa no estaba.

 No tuvo valor para contarle a su hijo la llamada de Felipe.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 2 de diciembre de 2013


 

 

Capítulo 1.

 

Hoy, aunque no es día de inauguración, colgaré aquí otro comienzo; el primer capítulo de mi novela, no íntegro, no quiero aburrir al personal, además me gusta generar intriga…. Mi intención al escribir esta novela era narrar una historia erótica, ahora, Susana, mi correctora, dice que no es literatura erótica como tal, sino una historia con toques eróticos y escenas subidas de tono, puede ser… Es un debate que dejo para una próxima entrada.

 

 

Capítulo 1.

 

Le dio el último beso y, muy a pesar suyo, la dejo junto a la puerta de embarque. Quería estar con Elisa hasta que despegase el avión. Habían pospuesto tantas veces aquel proyecto que necesitaba asegurarse de que esta vez seria la definitiva y que por fin su mujer se iría al otro lado del mundo a cumplir uno de sus sueños. Pero ya no podía esperar más. Su jefe le había telefoneado en varias ocasiones y lo que en un principio parecía tan solo un asunto importante, se había convertido en urgente sin opción a discusión y con amenaza de represalias incluida. De no ser por el mal momento económico que atravesaban, hace tiempo que habría dejado aquella empresa. Pero no era el momento.

No le quedaba más remedio, si quería conservar su trabajo, que dar un último abrazo a su mujer y salir corriendo. Cuídate mucho, le dijo. Cuídate mucho como se le dice a un amigo, a un hermano. No le dijo te quiero o te echaré de menos, no, solo le dijo  cuídate mucho. Mientras conducía camino de su oficina iba dándole vueltas a la despedida, se arrepintió de no haberle dicho que la amaba. No estaban pasando sus mejores momentos como pareja. Aquel viaje de Elisa para colaborar con una ONG, parecía una buena ocasión para aclarar ideas. Elisa estaba de nuevo animada desde que supo que por fin podría participar en la construcción de un aserradero al otro lado del mundo. Bueno, pensó, ya tendría ocasión de decirle que la quería en cuanto Elisa encontrarse una conexión con Internet, porqué si algo tenía claro es que su mujer buscaría una conexión con  Internet en cuanto tuviese oportunidad. Durante los últimos años  pasaba más tiempo conectada a su ordenador que en cualquier otra actividad cotidiana. Cualquier minuto libre lo dedicaba a navegar, cualquier excusa le era válida con tal de sentarse delante del ordenador. Aquello había provocado más de una discusión. Otro motivo más para que Alberto viese con buenos ojos este viaje, alejarla de todo aquello. Pero su esperanza se vio frustrada al darse cuenta de que el portátil de Elisa formaba parte de su equipaje. Cuando Alberto le animó a qué aprovechase el viaje para desconectar un poco, Elisa, en seguida encontró la excusa perfecta para no hacerlo; seria el método más rápido, barato y eficaz de poder mantener contacto con sus hijos desde tan lejos, sobretodo para poder intercambiar email con Roberto, su hijo mayor.

De camino a la oficina hizo un par de llamadas, cuando por fin se presentó en el despacho de su jefe, la situación ya estaba controlada. El resto de la jornada lo dedicó a planificar el trabajo de manera que durante la ausencia de Elisa no tuviese que hacer más horas que las marcadas por su horario laboral. En circunstancias normales Alberto nunca tenia hora de salida, hasta que no terminaba todo el trabajo pendiente no salía.  Había prometido a sus hijos que durante estas cuatro semanas, intentaría cumplir con su horario de trabajo y llegar a casa lo antes posible. Nunca se había quedado tanto tiempo al cuidado de los niños. En alguna ocasión se había ocupado de ellos un par de días, últimamente con más frecuencia desde que Elisa necesitaba sus escapadas para encontrar su espacio y descansar unos días en solitario, lejos de la familia. Algo normal en las mujeres de su edad, según le decía su cuñado Ángel cuando lo hablaban. A esta edad se vuelven  raras, ya sabes, continuaba, los desarreglos propios de su edad las transforma en seres aún más complicados. Alberto se alegraba de que Elisa no oyese a su hermano hacer tales comentarios, los cuales ella siempre calificaba de machismo propio de los hombres de Cromagnon.

Miró el  reloj  colocado sobre el marco de la puerta de su despacho, el mismo reloj redondo y marco negro que había consultado durante los últimos años y cuyo tic-tac hoy, le parecía que avanzaba más deprisa. Las  manecillas doradas insertadas en la esfera blanca sobre el logotipo de la empresa, le recordaban que se estaba retrasando. Decidió dar por finalizada la jornada, al día siguiente madrugaría, llegaría antes a trabajar y terminaría lo que tenía pendiente. Metió el portátil y el móvil en el maletín  y se dirigió a la puerta, estaba a punto de agarrar la manilla cuando sonó el móvil. La melodía personalizada le indicaba que era su hijo mayor, Roberto, el que llamaba. Imaginó que se impacientaba ante su retraso y decidió contestarle para tranquilizarle.

—Hola hijo, ya voy. Perdóname ya sé que prometí llegar pronto. Voy para allá.

—No papá no llamaba por  eso, es que… verás…

Roberto rompió a llorar.

— ¿Estás bien? — preguntó preocupado Alberto.

—Papá, la policía ha llamado. El avión en el que viaja mamá, no sé papá, creen, bueno tienen casi seguro que ha sufrido un accidente.

 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Comenzando....

Lo lógico es empezar por el principio. Cuelgo hoy, día de inauguración ,el primer relato que escribí como alumna de una escuela de escritores, Fuentetaja. Mi profesora Candela Duel, me felicitó y animó a continuar en este mundo que me parecía, y me sigue pareciendo, tan complicado.
Echo la vista atrás y doy gracias porque escribir le ha permitido a mi imaginación, simpre inquieta, traspasar fronteras y limites más allá de toda lógica. Cuando me siento ante el ordenador, sé donde empiezo, pero nunca donde termino... En una ocasión me preguntaron la razón por la cual escribía; escribo, contesté, porque es lo que me ayuda a estar cuerda o  volverme loca, depende...
Puede ser que después de estos años, este relato pueda parecer algo pacato, pero para mi, fue el comienzo...



 

PAPEL COLOR LAVANDA

 

   Ella sabia que él encontraría el papel debajo de la almohada. Él tenía esa graciosa costumbre de deslizar su mano derecha bajo la almohada para poder dormir. Estaba cansado, muy cansado, había pasado todo el día recorriendo la inmensa finca. Decidió hacer un alto y recostarse sobre la cama. Deslizó su mano, como era su costumbre, bajo la almohada, y encontró la nota escrita en aquel papel, color lavanda, el papel de escribir  de su mujer, tamaño de cuartilla, para la correspondencia ordinaria, tamaño de octavilla, para escribir las tareas pendientes, para comunicarse con el servicio,  y, también, para las notas que dejaba aquí y allí a su marido con declaraciones de amor, con deseos inconfesables. Siempre color lavanda, al igual que lo había utilizado su madre, y antes la madre de su madre,  y así una retahíla de madres… Todo en esta familia pasaba de madres a hijas, el papel de escribir, los fieles criados, las delicadas joyas, y también, aquella extraña enfermedad que solo afectaba a las mujeres de la familia y que iba pasando de madres a hijas sin que nadie pudiese hacer nada por evitarlo. Aquella enfermedad que  las postraba en cama y las sumergía en un mundo de fantasía, inconscientes de lo que realmente sucedía a su alrededor. Así murió su madre y también su abuela, y antes la madre y la abuela de esta.

    Cuando surgieron los primeros síntomas, inocentes, pensaron que era el anuncio de la llegada de ese primogénito que tanto ansiaban. Esperaban que en esta ocasión y rompiendo el extraño maleficio naciese un varón, porque otra extraña curiosidad; las mujeres de esta familia solo parían mujeres, condenadas desde su nacimiento. Llamaron al médico de la familia y le comunicaron su alegría. Tras examinarla minuciosamente, la cara del galeno no dejaba lugar a dudas, se cumplía una vez más la maldición. No eran los síntomas de un embarazo, era el comienzo de la cuenta atrás.

   Durante días él hizo todo lo posible por consolarla.  Nos queda tiempo, le decía, aún tenemos cosas por hacer, incluso ese embarazo tan deseado. Tal vez engañemos al destino, le repetía, y esta vez sea un varón, un varón que rompa el maleficio. Pero ella quedó sumida en un alo de tristeza y aislamiento. Ya no comía, no salía, no reía, no dejaba notas a su marido aquí y allí, con declaraciones de amor, con deseos inconfesables.

   Hasta que un día todo cambió, parecía otra vez contenta, animada, hasta sonreía. Desayunaron juntos en la terraza y tras unos minutos de amena conversación, se dirigieron a sus quehaceres cotidianos, él, a su despacho, ella, a su paseo matutino. Pero a la hora del almuerzo no regresó, tampoco a la hora de la comida. Él empezó a inquietarse. Mandó ensillar su caballo y recorrió la finca en su busca.  Primero en sus rincones favoritos, después, en las cuadras de los animales.  Tras varias horas, cuando ya era evidente que algo había ocurrido, llamó a todos los criados, peones y jornaleros, había que dar con ella. Llevaban varias horas rastreando cada rincón. Estaba cansado, muy cansado. Decidió hacer un alto y  recostarse  sobre la cama. Cuando deslizó la mano derecha bajo la almohada encontró la nota escrita en aquel papel, color lavanda, el papel de escribir de su mujer. Mientras lo leía, oyó la voz de alarma, el griterío. La han encontrado, la han encontrado… él, no quiso escuchar donde, no quiso escuchar como. Ya lo sabía. Leyó nuevamente la nota de su esposa:

 

  “Mi amado esposo, conmigo termina la maldición…. Nunca olvides que siempre te he amado, y que esto no es más que una declaración de amor”.

 

ASTARTÉ

      

          
 
 
Hace ya más de dos  años que adopté el nombre de Astarté, como nick para identificarme en este mundo. Hoy he decidido dejar constancia de ello, porque necesito dormir y no tener miedo a despertar.
He vivido experiencias que nunca pude imaginar.
En este mundo invisible en el que casi todo vale, porque el fin último es disfrutar, en este mundo es fácil dejarse llevar. No existen reglas más allá de las que cada uno estime oportunas en cada momento, siempre un paso más, siempre un nuevo limite por traspasar.
Él ha sido la causa de mi perversión. Podría decir en mi defensa que yo era inocente y él aprovechó esa inocencia para pervertirme, pero no, fue algo que yo provoqué y deseé. Deseaba todo aquello que él representaba. La rebeldía, la oposición a lo establecido, a la norma. Deseaba hacer algo que me hiciese sentir distinta.
Y a fuerza de ser yo y ser otra, me fui construyendo un mundo paralelo de espaldas a la realidad.