Después de un larguísimo fin de semana, elevemos
un poco el tono, para combatir el frío, otro comienzo, el del relato erótico
“El cuarto oscuro”, perteneciente a la Antología erótica “La carne despierta”.
El
cuarto Oscuro.
Me había dado las instrucciones oportunas de cómo debía ir vestida esa
noche y como debía comportarme. La sensación de vértigo que tenia en el
estomago hacía que mis manos estuviesen constantemente heladas. Heladas y
temblorosas. Debía estar preparada para
su llegada y no era capaz de mantener un objeto en mi mano sin que se
resbalase. Me senté sobre la cama, respiré profundamente, y comencé a
arreglarme.
En una pequeña maleta había dispuesto
todo lo que me había ordenado. Una camisa negra transparente, un corsé negro
sin copas, unas medias con blonda, negras, al igual que el liguero, y aquellos
altísimos tacones que tanto le complacían a mi amante. No debía llevar ropa
interior, ni tampoco falda. A él le gustaba así, siempre disponible.
Después de una larga ducha, una
vez seca, extendí aceite de Hamman por todo mi cuerpo. El olor dulce del aceite
siempre me recordaba a él. Comencé a vestirme, despacio, muy despacio,
convirtiendo el momento en un ritual.
Cada prenda, cada movimiento tenía su significado. Quería disfrutar imaginando,
anticipándome a lo que estaba por llegar. Mi respiración estaba acelerada, mis
manos, aunque heladas, sudaban. Decidí tomármelo con calma, de otra manera
terminaría haciéndolo todo mal.
Primero, las medias, deslizando su suave
tejido por mis piernas, sintiendo su caricia, acomodando la blonda alrededor de
mi muslo. Después, el liguero, que abrazaba mis caderas enmarcando mi pubis,
dejándole en evidencia. Dejé caer desde mi cabeza la camisa transparente, que
al rozar
mis pechos desnudos, hacía que los pezones reaccionaran, agradecidos,
creciendo, alzándose erectos. Sobre ella ceñí el corsé sin copas. Lo até a la espalda lo más fuerte que puede,
las ballenas de acero que había debajo de la tela favorecía que los pechos se
elevasen y sobresaliesen bajo la camisa, mostrándose provocadores,
desvergonzados. Por ultimo, los zapatos.
El espejo de la habitación era
grande, me permitía ver todo mi cuerpo y me devolvía una imagen de mi misma que
me costaba reconocer.
Sonó el móvil. Era él, estaba en la
recepción del hotel, subía a la habitación y quería saber si ya estaba
preparada.
—
Solo
me falta el abrigo —le contesté.
— No te lo pongas todavía, espera,
quiero darte mi visto bueno.
Aproveché los pocos minutos que tenía para retocar el
maquillaje y darme un poco de perfume.
Un último repaso frente al espejo. Todo perfecto, como a él le gusta.
Dio tres toques con los nudillos en la puerta
de la habitación. Siempre lo hacía así para que yo supiese que era él. Seria un
poco embarazoso abrir la puerta de la habitación vestida de aquella manera y
encontrar al otro lado a un empleado del hotel.
Los nervios me hicieron suspirar de manera inconsciente Mis manos continuaban heladas. Abrí
la puerta. Cuando entró en la habitación pude leer en su mirada que lo que veía
era de su agrado. Mi esfuerzo no había sido en vano. Me cogió de una mano, y elevándola sobre mi cabeza, me hizo girar
sobre mi misma para poder observarme por completo.
— Perfecta, susurró a mi oído.
Se dirigió a la cama,
cogió el abrigo que había sobre ella. Con un gesto caballeroso me lo puso a la
vez que depositaba un beso suave y húmedo en mi cuello. Me estremecí y deje que
aquella humedad inundara todo mi sexo.
Mª Ángeles Paniagua. El cuarto
Oscuro.
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