martes, 10 de diciembre de 2013

El Cuarto Oscuro


 Después de un larguísimo fin de semana, elevemos un poco el tono, para combatir el frío, otro comienzo, el del relato erótico “El cuarto oscuro”, perteneciente a la Antología erótica “La carne despierta”.

 

 

 

El cuarto Oscuro.

 

 

   Me había dado las instrucciones oportunas de cómo debía ir vestida esa noche y como debía comportarme. La sensación de vértigo que tenia en el estomago hacía que mis manos estuviesen constantemente heladas. Heladas y temblorosas. Debía estar preparada  para su llegada y no era capaz de mantener un objeto en mi mano sin que se resbalase. Me senté sobre la cama, respiré profundamente, y comencé a arreglarme.

En una pequeña maleta había dispuesto todo lo que me había ordenado. Una camisa negra transparente, un corsé negro sin copas, unas medias con blonda, negras, al igual que el liguero, y aquellos altísimos tacones que tanto le complacían a mi amante. No debía llevar ropa interior, ni tampoco falda. A él le gustaba así, siempre disponible.

  Después de una larga  ducha, una vez seca, extendí aceite de Hamman por todo mi cuerpo. El olor dulce del aceite siempre me recordaba a él. Comencé a vestirme, despacio, muy despacio, convirtiendo el momento en  un ritual. Cada prenda, cada movimiento tenía su significado. Quería disfrutar imaginando, anticipándome a lo que estaba por llegar. Mi respiración estaba acelerada, mis manos, aunque heladas, sudaban. Decidí tomármelo con calma, de otra manera terminaría haciéndolo todo mal.

 Primero, las medias, deslizando su suave tejido por mis piernas, sintiendo su caricia, acomodando la blonda alrededor de mi muslo. Después, el liguero, que abrazaba mis caderas enmarcando mi pubis, dejándole en evidencia. Dejé caer desde mi cabeza la camisa transparente, que al  rozar  mis pechos desnudos, hacía que los pezones reaccionaran, agradecidos, creciendo, alzándose erectos. Sobre ella ceñí el corsé sin copas.  Lo até a la espalda lo más fuerte que puede, las ballenas de acero que había debajo de la tela favorecía que los pechos se elevasen y sobresaliesen bajo la camisa, mostrándose provocadores, desvergonzados. Por ultimo, los zapatos.

   El espejo de la habitación  era grande, me permitía ver todo mi cuerpo y me devolvía una imagen de mi misma que me costaba reconocer.

Sonó el móvil. Era él, estaba en la recepción del hotel, subía a la habitación y quería saber si ya estaba preparada.

Solo me falta el abrigo —le contesté.

  No te lo pongas todavía, espera, quiero darte mi visto bueno.

Aproveché los pocos minutos que tenía para retocar el maquillaje y darme un poco de  perfume. Un último repaso frente al espejo. Todo perfecto, como a él le gusta.

 Dio tres toques con los nudillos en la puerta de la habitación. Siempre lo hacía así para que yo supiese que era él. Seria un poco embarazoso abrir la puerta de la habitación vestida de aquella manera y encontrar al otro lado a un empleado del hotel.  Los nervios me hicieron suspirar de manera inconsciente             Mis manos continuaban heladas. Abrí la puerta. Cuando entró en la habitación pude leer en su mirada que lo que veía era de su agrado. Mi esfuerzo no había sido en vano. Me cogió de una mano,  y elevándola sobre mi cabeza, me hizo girar sobre mi misma para poder observarme por completo.

   Perfecta, susurró a mi oído.

 Se dirigió a la cama, cogió el abrigo que había sobre ella. Con un gesto caballeroso me lo puso a la vez que depositaba un beso suave y húmedo en mi cuello. Me estremecí y deje que aquella humedad inundara todo mi sexo.

 

                                                           Mª Ángeles Paniagua. El cuarto Oscuro.

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