viernes, 6 de diciembre de 2013


Capítulo 1. Fin.

 

  Cuando ya dejó de gritar y se dispuso a escuchar, oyó una voz mecánica.

-—El número marcado está apagado o fuera de cobertura.

Marcó nuevamente una vez más, otra vez, hasta perder la cuenta, pero la respuesta siempre fue la misma.

Era de locos. Hacía unas horas que se había despedido de Elisa en el aeropuerto. El avión en el que debía viajar se había estrellado en algún lugar de los Pirineos, pero Elisa no había subido a ese avión. Todo esto debía tener una explicación, solo era cuestión de esperar a que Elisa apareciese. Hacía unos meses había estado bastante extraña, lejana… Pero de eso hacía meses, ahora parecía que todo iba volviendo a la normalidad.

No podía hacer nada de momento, no esta noche, solo esperar a mañana.

 Se acomodó en el sofá con el teléfono móvil y el fijo sobre el pecho y cerró los ojos. Sabía que no iba a dormir, pero por lo menos intentaría descansar.

Cuando la claridad llenó la sala anunciando que amanecía, se incorporó. Se quedó sentado con la manta encima y los teléfonos en la mano. Ni el fijo, ni el móvil, habían sonado en toda la noche. ¿Dónde estaba Elisa?

Preparó los desayunos de los niños. Llamó a su suegra y le pidió que se ocupase esa mañana de ellos. No le dio ninguna explicación más que la que ya conocía. No quería que la situación se descontrolara, aunque era cuestión de horas que se supiese la verdad. Dejó a Roberto al cuidado de los mellizos en lo que llegaba la abuela. Se duchó, se vistió, se despidió de sus hijos y subió al coche. No tomó el camino de su trabajo, sino al centro de la ciudad.

Un camión del ayuntamiento regaba las calles, aún no hacía demasiado calor. Aparcó en el parking del hospital que estaba al lado de la Comisaría General. Cuando era pequeño y acompañaba a su madre los lunes a la Iglesia de San Nicolás, pasaba por la comisaría. Imaginaba que todos los SEAT 124 que había aparcados a la puerta eran los coches de la policía secreta. Siempre se hacía un poco el remolón por ver si veía a algún policía vestido de paisano entrar en alguno de aquellos coches y  poder fardar delante de sus amigos de que había visto un policía de la secreta. Entró en la comisaría sin parar a mirar el modelo de coche aparcado en al puerta.

 Se sintió perdido. En aquel lugar había demasiado ruido, todo se movía deprisa, las personas, las puertas, los papeles… Estaba a punto de dar media vuelta cuando una agente vestida de uniforme se acercó a él.

-—Disculpe, ¿se encuentra bien? Está usted muy pálido. ¿Busca a alguien?

Alberto por fin reaccionó.

—Quería denunciar la desaparición de Elisa. Debía estar en el avión, pero… No está, y no sé donde está.

La agente, le condujo hasta un despacho cercano, le acompañaba como se acompaña a un niño perdido en la calle, y le consuelas mientras tratas de encontrar a sus padres.  Le recibió el comisario Martínez. Después de escuchar el relato  le explicó, que hasta que no se cumpliesen los plazos marcados por la ley, no se admitiría la denuncia por desaparición y por tanto no iniciarían la búsqueda.

Sentado ya en el asiento de su coche. Alberto le  daba vueltas a que era lo que debía hacer. No sabia a donde dirigirse, donde buscar. Miró su móvil buscando desesperadamente una llamada de Elisa. Entonces lo vio, el número de teléfono de Felipe Castro. Pensó en llamarle para que le relatara de nuevo como vio a Elisa abandonar el aeropuerto. Pero, no era buena idea, no debía ocupar la línea por si Elisa llamaba.

 Cruzó el Puente Mayor en dirección al aeropuerto. El parking estaba lleno de coches oficiales, había oído por la radio que repatriarían los cuerpos de los pasajeros a la zona militar del aeropuerto.

La sala principal estaba abarrotada.  Se dirigió directamente a la oficina de alquiler de coches. No quería ver el sufrimiento de toda aquella gente esperando a sus familiares muertos. Él, debía de haber sido uno de ellos y sin embargo no sentía alegría por no serlo.

Felipe Castro, que no perdía detalle desde la ventanilla de la oficina de alquiler de coches, vio acercarse a Alberto. Le sonrió falsamente, pensó  que venia a quitarle la exclusiva con la televisión. La sonrisa se le quedó congelada cuando se dio cuenta de su aspecto. No era la apariencia de alguien que ha visto como su mujer se salvaba de la muerte. Más bien todo lo contrario. Le tendió la mano para saludarle. Alberto le devolvió el saludo de forma mecánica a la vez que le interrogaba.

—Felipe, ¿estás seguro de que era Elisa la mujer que viste abandonar el aeropuerto?

—Si hombre, si. Sin duda ninguna. Si después los de equipajes me han querido meter en un lío diciéndome que por favor me hiciese cargo de sus maletas, que como era conocida… La policía en un principio lo retuvo, después de escanearlo, comprobaron que no había nada sospechoso y lo llevaron de vuelta a equipajes. Pero yo no quería responsabilidades, que después falta algo, y la culpa es mía. Espero que no te moleste.

Alberto no soportaba  que le diera todo tipo de explicaciones sin que nadie se las pidiese, pero era la única  persona que la  había visto salir del aeropuerto.

—No te preocupes Felipe —le dijo—, has hecho bien. ¿Entonces me entregaran su equipaje sin problemas?

—Si hombre, si. Dí que vas de parte de Felipe, el de los coches, y te lo darán, que yo tengo mucha mano por aquí, ya sabes… uno que es popular.

Alberto ya se alejaba de Felipe cuando le oyó de nuevo.

— ¿Es que al final le ha ocurrido algo a tu mujer? Entonces… ¿No podré contar nada en la Tele?

 No se giro para contestarle, prefirió hacer como que no le había oído.

Tal y como le había dicho Felipe le entregaron el equipaje de Elisa sin ningún problema. Salió lo más deprisa que pudo del aeropuerto. Quería alejarse de allí cuanto antes. Olvidar el dolor que se palpaba en el ambiente, olvidar que aquel era el último sitio donde había estado con ella, olvidar a Felipe, olvidar todo.

Aparcó el coche a la puerta de su casa. Siempre había sitio. Sacó las dos grandes maletas. Los niños no estaban en casa, encontró una nota de la abuela sobre la mesa de la cocina diciendo que estaban en  la piscina

 Las llevo al dormitorio. Se sentó en la cama observándolas. No se atrevió a abrirlas, tanto él, como Elisa eran muy respetuosos con la intimidad del otro. Pero aquella no era una situación normal. Por fin se decidió, colocó las maletas sobre la cama, buscó las llaves de repuesto en la mesilla de noche. La ropa perfectamente ordenada quedó a la vista, nada parecía fuera de su sitio. Abrió la segunda maleta, el portátil de Elisa estaba colocado entre la ropa, para que no sufriese ningún daño. Al lado, un estuche rígido de color oscuro, cerrado con una cremallera.  No recordaba haber visto ese estuche por casa. Esta vez no se lo pensó y lo abrió. En su interior encontró media docena de pendrives. Todos llevaban pegada una pequeña etiqueta escrita a mano, la letra era de Elisa. En cada una había escrito un nombre, una numeración y una fecha. Cogió uno al azar y leyó.

 

      Astarté 3. Marzo 09.

 

Examinando uno por uno, se dio cuenta de que en todos estaba escrita la palabra “Astarté”, seguido de un número y después el mes y el año. Buscando encontró el que parecía, aplicando cierta lógica, el primer pendrive.

 

    Astarté 1. Mayo 08

 

Siguió buscando y encontró el que parecía ser  el último. Estaba fechado la semana antes a la partida de Elisa.
 
 

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