martes, 3 de diciembre de 2013







Capítulo 1.  2ª Parte.

 

El llanto de Roberto llenó el auricular, Alberto se había dejado caer sobre la silla, como si el peso de lo que estaba escuchando le hubiese empujado hacia atrás. No era capaz de responder a su hijo.

—Papá ¿estás ahí? Lo siento papá quería decírtelo cuando llegases a casa pero te retrasabas y ya no aguantaba más. No sabia que hacer, lo siento papá, lo siento mucho… Papá, la policía está tratando de localizarte, les he dado tu número de móvil. No se si he hecho bien… Jo, papá ¿no le habrá pasado nada mamá? ¿Verdad?

Nuevamente comenzó a llorar.

— No te preocupes hijo, lo has hecho bien. Voy para allá, lo más rápido que pueda. Tranquilízate, a mamá no le ha pasado nada.

 No sabía porqué había dicho aquello, en realidad no sabía que estaba pasando. Necesitaba creer que era así, necesitaba creer que no le había ocurrido nada a Elisa, que todo era un error de la policía.

—Ah una cosa Roberto, no le digas nada a tus hermanos pequeños.

Bajó hasta el parking de la empresa, se encontraba en el mismo edificio que las oficinas. De manera mecánica subió al coche y salió lo más deprisa que pudo hacía su casa. Conducía con la mente en otro lugar, en una par de ocasiones oyó la sonora pitada de otros conductores, no respetaba ni una sola norma de circulación, necesitaba llegar a su casa. Las imágenes de Elisa despidiéndose en el aeropuerto pasaban por su cabeza a toda velocidad, la voz llorosa de su hijo no dejaba de sonar en sus oídos y no supo como ni en que momento se escucho a si mismo.

— Un error, es un error, alguien se he equivocado.

Su boca y su mente lo repetían constantemente.

El camino a casa  le pareció una carrera de obstáculos. Se disponía a salir de su coche cuando notó la vibración de su móvil en el bolsillo del pantalón. Era un número desconocido, pensó que seria la policía tratando de localizarle y contestó.

— ¿Alberto?

No parecía la policía. No sabia quien era la persona que  llamaba, ya iba a disculparse y colgar cuando algo le hizo cambiar de idea.

 —Soy Felipe, Felipe Castro, del alquiler de coches del aeropuerto. Joer tío vaya suerte habéis tenido. Lo que es la vida, hacía tiempo que no nos veíamos. Con la crisis tus jefes alquilan pocos coches. Y justo nos vemos hoy.

Alberto estaba perdiendo la paciencia, no sabía muy bien que pretendía aquel sujeto que no paraba de hablar.

—Perdona Felipe, necesito dejar esta línea libre. —Dijo Alberto intentando  parecer lo más cordial posible.

—No quiero molestarte. Mira verás, es que los de la televisión han pasado por aquí, yo les he contado lo de tu mujer… Joer tío es que vaya suerte… Volverán más tarde a hacerme unas preguntas. Solo quería preguntarte si te importa, oye, es que no quiero meter la pata.

La voz de Felipe sonaba sobreexcitada, nerviosa. Como si algo muy bueno le hubiese ocurrido. Alberto no entendía que clase de persona se alegraba de los males ajenos. ¿A que clase de suerte se refería? ¿Salir en Televisión? Aquel tipo no estaba bien de la cabeza y su verborrea  empezaba a cabrearle. De nuevo le escuchó al otro lado del auricular.

—Cuando la vi salir corriendo detrás de ti, pensé que había olvidado algo y que salía en tu busca. Ya no presté más atención, pero al no presentarse en el avión y tener facturado el equipaje, se armó una gorda. Ya sabes, el protocolo de seguridad. Retuvieron el avión hasta localizar su equipaje.  Parece que ese avión estaba gafado desde antes de despegar.

Lo sabía, sabía que era un error. Ahora entraría en casa y encontraría a Elisa.

— Felipe, si no te importa debo entrar en mi casa, gracias — dijo Alberto intentando poner fin a aquella ridícula conversación.

— Solo quería decirte que me alegro mucho de lo de tu mujer y pedirte permiso para hablar con los de la televisión.

Alberto ya no aguantaba más a aquel tipo. Aquello era el colmo de la estupidez, lo que es capaz de hacer la gente por un minuto de televisión.

—Mira Felipe, eso es algo que debe decidir Elisa. Ya me pondré en contacto contigo. Hasta otro rato.

Pulsó el teclado del móvil dando por terminada de una vez aquella conversación. Felipe era un oportunista, pero las noticias que le había dado eran buenas. Elisa no había subido al avión. Ignoraba el motivo. Se había salvado del accidente. Pero algo no encajaba. La policía había llamado, Elisa no. No solo no había llamado, tampoco había aparecido por casa. O tal vez si, tal vez ella y los niños le aguardaban detrás de la puerta para darle una sorpresa.

 Subía las escaleras, de dos en dos, cuando la puerta se abrió, su hijo Roberto, con la cara congestionada por las lágrimas, se abrazó a él. Mientras le abrazaba, recorrió con la mirada la entrada y el salón esperando encontrar a  su mujer. Elisa no estaba.

 No tuvo valor para contarle a su hijo la llamada de Felipe.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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