Capítulo 1.
Fin.
Cuando ya dejó de gritar y se dispuso a
escuchar, oyó una voz mecánica.
-—El número marcado está
apagado o fuera de cobertura.
Marcó nuevamente una vez
más, otra vez, hasta perder la cuenta, pero la respuesta siempre fue la misma.
Era de locos. Hacía unas
horas que se había despedido de Elisa en el aeropuerto. El avión en el que
debía viajar se había estrellado en algún lugar de los Pirineos, pero Elisa no
había subido a ese avión. Todo esto debía tener una explicación, solo era
cuestión de esperar a que Elisa apareciese. Hacía unos meses había estado
bastante extraña, lejana… Pero de eso hacía meses, ahora parecía que todo iba
volviendo a la normalidad.
No podía hacer nada de
momento, no esta noche, solo esperar a mañana.
Se acomodó en el sofá con el teléfono móvil y
el fijo sobre el pecho y cerró los ojos. Sabía que no iba a dormir, pero por lo
menos intentaría descansar.
Cuando la claridad llenó la
sala anunciando que amanecía, se incorporó. Se quedó sentado con la manta
encima y los teléfonos en la mano. Ni el fijo, ni el móvil, habían sonado en
toda la noche. ¿Dónde estaba Elisa?
Preparó los
desayunos de los niños. Llamó a su suegra y le pidió que se ocupase esa mañana
de ellos. No le dio ninguna explicación más que la que ya conocía. No quería
que la situación se descontrolara, aunque era cuestión de horas que se supiese
la verdad. Dejó a Roberto al cuidado de los mellizos en lo que llegaba la abuela.
Se duchó, se vistió, se despidió de sus hijos y subió al coche. No tomó el
camino de su trabajo, sino al centro de la ciudad.
Un camión del
ayuntamiento regaba las calles, aún no hacía demasiado calor. Aparcó en el
parking del hospital que estaba al lado de la Comisaría General. Cuando era
pequeño y acompañaba a su madre los lunes a la Iglesia de San Nicolás, pasaba
por la comisaría. Imaginaba que todos los SEAT 124 que había aparcados a la
puerta eran los coches de la policía secreta. Siempre se hacía un poco el
remolón por ver si veía a algún policía vestido de paisano entrar en alguno de
aquellos coches y poder fardar delante
de sus amigos de que había visto un policía de la secreta. Entró en la
comisaría sin parar a mirar el modelo de coche aparcado en al puerta.
Se sintió perdido. En aquel lugar había
demasiado ruido, todo se movía deprisa, las personas, las puertas, los papeles…
Estaba a punto de dar media vuelta cuando una agente vestida de uniforme se
acercó a él.
-—Disculpe,
¿se encuentra bien? Está usted muy pálido. ¿Busca a alguien?
Alberto por
fin reaccionó.
—Quería
denunciar la desaparición de Elisa. Debía estar en el avión, pero… No está, y
no sé donde está.
La agente, le
condujo hasta un despacho cercano, le acompañaba como se acompaña a un niño
perdido en la calle, y le consuelas mientras tratas de encontrar a sus padres. Le recibió el comisario Martínez. Después de
escuchar el relato le explicó, que hasta
que no se cumpliesen los plazos marcados por la ley, no se admitiría la
denuncia por desaparición y por tanto no iniciarían la búsqueda.
Sentado ya en
el asiento de su coche. Alberto le daba
vueltas a que era lo que debía hacer. No sabia a donde dirigirse, donde buscar.
Miró su móvil buscando desesperadamente una llamada de Elisa. Entonces lo vio,
el número de teléfono de Felipe Castro. Pensó en llamarle para que le relatara
de nuevo como vio a Elisa abandonar el aeropuerto. Pero, no era buena idea, no
debía ocupar la línea por si Elisa llamaba.
Cruzó el Puente Mayor en dirección al aeropuerto.
El parking estaba lleno de coches oficiales, había oído por la radio que repatriarían
los cuerpos de los pasajeros a la zona militar del aeropuerto.
La sala principal
estaba abarrotada. Se dirigió
directamente a la oficina de alquiler de coches. No quería ver el sufrimiento
de toda aquella gente esperando a sus familiares muertos. Él, debía de haber
sido uno de ellos y sin embargo no sentía alegría por no serlo.
Felipe
Castro, que no perdía detalle desde la ventanilla de la oficina de alquiler de
coches, vio acercarse a Alberto. Le sonrió falsamente, pensó que venia a quitarle la exclusiva con la
televisión. La sonrisa se le quedó congelada cuando se dio cuenta de su
aspecto. No era la apariencia de alguien que ha visto como su mujer se salvaba
de la muerte. Más bien todo lo contrario. Le tendió la mano para saludarle.
Alberto le devolvió el saludo de forma mecánica a la vez que le interrogaba.
—Felipe,
¿estás seguro de que era Elisa la mujer que viste abandonar el aeropuerto?
—Si hombre,
si. Sin duda ninguna. Si después los de equipajes me han querido meter en un
lío diciéndome que por favor me hiciese cargo de sus maletas, que como era
conocida… La policía en un principio lo retuvo, después de escanearlo,
comprobaron que no había nada sospechoso y lo llevaron de vuelta a equipajes.
Pero yo no quería responsabilidades, que después falta algo, y la culpa es mía.
Espero que no te moleste.
Alberto no
soportaba que le diera todo tipo de
explicaciones sin que nadie se las pidiese, pero era la única persona que la había visto salir del aeropuerto.
—No te
preocupes Felipe —le dijo—, has hecho bien. ¿Entonces me entregaran su equipaje
sin problemas?
—Si hombre,
si. Dí que vas de parte de Felipe, el de los coches, y te lo darán, que yo
tengo mucha mano por aquí, ya sabes… uno que es popular.
Alberto ya se
alejaba de Felipe cuando le oyó de nuevo.
— ¿Es que al
final le ha ocurrido algo a tu mujer? Entonces… ¿No podré contar nada en la
Tele?
No se giro para contestarle, prefirió hacer
como que no le había oído.
Tal y como le
había dicho Felipe le entregaron el equipaje de Elisa sin ningún problema.
Salió lo más deprisa que pudo del aeropuerto. Quería alejarse de allí cuanto
antes. Olvidar el dolor que se palpaba en el ambiente, olvidar que aquel era el
último sitio donde había estado con ella, olvidar a Felipe, olvidar todo.
Aparcó el
coche a la puerta de su casa. Siempre había sitio. Sacó las dos grandes maletas.
Los niños no estaban en casa, encontró una nota de la abuela sobre la mesa de
la cocina diciendo que estaban en la
piscina
Las llevo al dormitorio. Se sentó en la cama
observándolas. No se atrevió a abrirlas, tanto él, como Elisa eran muy
respetuosos con la intimidad del otro. Pero aquella no era una situación
normal. Por fin se decidió, colocó las maletas sobre la cama, buscó las llaves
de repuesto en la mesilla de noche. La ropa perfectamente ordenada quedó a la
vista, nada parecía fuera de su sitio. Abrió la segunda maleta, el portátil de
Elisa estaba colocado entre la ropa, para que no sufriese ningún daño. Al lado,
un estuche rígido de color oscuro, cerrado con una cremallera. No recordaba haber visto ese estuche por casa.
Esta vez no se lo pensó y lo abrió. En su interior encontró media docena de pendrives.
Todos llevaban pegada una pequeña etiqueta escrita a mano, la letra era de
Elisa. En cada una había escrito un nombre, una numeración y una fecha. Cogió
uno al azar y leyó.
Astarté 3. Marzo 09.
Examinando
uno por uno, se dio cuenta de que en todos estaba escrita la palabra “Astarté”,
seguido de un número y después el mes y el año. Buscando encontró el que
parecía, aplicando cierta lógica, el primer pendrive.
Astarté 1. Mayo 08
Siguió
buscando y encontró el que parecía ser
el último. Estaba fechado la semana antes a la partida de Elisa.