sábado, 30 de noviembre de 2013

Comenzando....

Lo lógico es empezar por el principio. Cuelgo hoy, día de inauguración ,el primer relato que escribí como alumna de una escuela de escritores, Fuentetaja. Mi profesora Candela Duel, me felicitó y animó a continuar en este mundo que me parecía, y me sigue pareciendo, tan complicado.
Echo la vista atrás y doy gracias porque escribir le ha permitido a mi imaginación, simpre inquieta, traspasar fronteras y limites más allá de toda lógica. Cuando me siento ante el ordenador, sé donde empiezo, pero nunca donde termino... En una ocasión me preguntaron la razón por la cual escribía; escribo, contesté, porque es lo que me ayuda a estar cuerda o  volverme loca, depende...
Puede ser que después de estos años, este relato pueda parecer algo pacato, pero para mi, fue el comienzo...



 

PAPEL COLOR LAVANDA

 

   Ella sabia que él encontraría el papel debajo de la almohada. Él tenía esa graciosa costumbre de deslizar su mano derecha bajo la almohada para poder dormir. Estaba cansado, muy cansado, había pasado todo el día recorriendo la inmensa finca. Decidió hacer un alto y recostarse sobre la cama. Deslizó su mano, como era su costumbre, bajo la almohada, y encontró la nota escrita en aquel papel, color lavanda, el papel de escribir  de su mujer, tamaño de cuartilla, para la correspondencia ordinaria, tamaño de octavilla, para escribir las tareas pendientes, para comunicarse con el servicio,  y, también, para las notas que dejaba aquí y allí a su marido con declaraciones de amor, con deseos inconfesables. Siempre color lavanda, al igual que lo había utilizado su madre, y antes la madre de su madre,  y así una retahíla de madres… Todo en esta familia pasaba de madres a hijas, el papel de escribir, los fieles criados, las delicadas joyas, y también, aquella extraña enfermedad que solo afectaba a las mujeres de la familia y que iba pasando de madres a hijas sin que nadie pudiese hacer nada por evitarlo. Aquella enfermedad que  las postraba en cama y las sumergía en un mundo de fantasía, inconscientes de lo que realmente sucedía a su alrededor. Así murió su madre y también su abuela, y antes la madre y la abuela de esta.

    Cuando surgieron los primeros síntomas, inocentes, pensaron que era el anuncio de la llegada de ese primogénito que tanto ansiaban. Esperaban que en esta ocasión y rompiendo el extraño maleficio naciese un varón, porque otra extraña curiosidad; las mujeres de esta familia solo parían mujeres, condenadas desde su nacimiento. Llamaron al médico de la familia y le comunicaron su alegría. Tras examinarla minuciosamente, la cara del galeno no dejaba lugar a dudas, se cumplía una vez más la maldición. No eran los síntomas de un embarazo, era el comienzo de la cuenta atrás.

   Durante días él hizo todo lo posible por consolarla.  Nos queda tiempo, le decía, aún tenemos cosas por hacer, incluso ese embarazo tan deseado. Tal vez engañemos al destino, le repetía, y esta vez sea un varón, un varón que rompa el maleficio. Pero ella quedó sumida en un alo de tristeza y aislamiento. Ya no comía, no salía, no reía, no dejaba notas a su marido aquí y allí, con declaraciones de amor, con deseos inconfesables.

   Hasta que un día todo cambió, parecía otra vez contenta, animada, hasta sonreía. Desayunaron juntos en la terraza y tras unos minutos de amena conversación, se dirigieron a sus quehaceres cotidianos, él, a su despacho, ella, a su paseo matutino. Pero a la hora del almuerzo no regresó, tampoco a la hora de la comida. Él empezó a inquietarse. Mandó ensillar su caballo y recorrió la finca en su busca.  Primero en sus rincones favoritos, después, en las cuadras de los animales.  Tras varias horas, cuando ya era evidente que algo había ocurrido, llamó a todos los criados, peones y jornaleros, había que dar con ella. Llevaban varias horas rastreando cada rincón. Estaba cansado, muy cansado. Decidió hacer un alto y  recostarse  sobre la cama. Cuando deslizó la mano derecha bajo la almohada encontró la nota escrita en aquel papel, color lavanda, el papel de escribir de su mujer. Mientras lo leía, oyó la voz de alarma, el griterío. La han encontrado, la han encontrado… él, no quiso escuchar donde, no quiso escuchar como. Ya lo sabía. Leyó nuevamente la nota de su esposa:

 

  “Mi amado esposo, conmigo termina la maldición…. Nunca olvides que siempre te he amado, y que esto no es más que una declaración de amor”.

 

ASTARTÉ

      

          
 
 
Hace ya más de dos  años que adopté el nombre de Astarté, como nick para identificarme en este mundo. Hoy he decidido dejar constancia de ello, porque necesito dormir y no tener miedo a despertar.
He vivido experiencias que nunca pude imaginar.
En este mundo invisible en el que casi todo vale, porque el fin último es disfrutar, en este mundo es fácil dejarse llevar. No existen reglas más allá de las que cada uno estime oportunas en cada momento, siempre un paso más, siempre un nuevo limite por traspasar.
Él ha sido la causa de mi perversión. Podría decir en mi defensa que yo era inocente y él aprovechó esa inocencia para pervertirme, pero no, fue algo que yo provoqué y deseé. Deseaba todo aquello que él representaba. La rebeldía, la oposición a lo establecido, a la norma. Deseaba hacer algo que me hiciese sentir distinta.
Y a fuerza de ser yo y ser otra, me fui construyendo un mundo paralelo de espaldas a la realidad.