Permaneció de pie,
observando, mientras el invitado se
sentaba al lado de la mujer, se inclinaba sobre ella y comenzaba a besarla en
la boca a la vez que separaba sus muslos, acariciándolos. Su mano huesuda iba
avanzando lentamente con una caricia suave, calida, hasta desaparecer bajo la
estrecha falda. La mujer se dejaba hacer tranquilamente, disfrutando de aquella
mano suave y calida que se adentraba bajo la falda, hasta su interior, haciendo
que se sintiese excitada y deseosa. El
movimiento de la mano del joven y el de las caderas de la mujer estaba perfectamente
acompasados, interpretando un lento baile en constante sintonía. Si el joven
aceleraba el ritmo, la mujer aceleraba su respiración hasta convertirla en
sonoros jadeos, sus caderas subían y bajaban al compás que marcaba el joven.
Después de unos minutos el ritmo se hizo tan frenético que la mujer no pudo o
no quiso aguantar más, entornó los ojos y elevó las caderas a la vez que
cerraba sus muslos con fuerza, atrapando en su interior la mano del joven,
disfrutando de la oleada brutal que recorría su cuerpo rezumando placer por
cada uno de sus poros. Después de aquello se incorporó, como si nada hubiera
sucedido, se recolocó la ropa, tomó de la mano al hombre mayor y sin volver la
vista atrás abandonaron el local.
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