martes, 27 de mayo de 2014

De vuelta

EL CUARTO OSCURO.

Unas cuantas velas colocadas sobre unos altos candelabros daban algo de luz a la estancia. Entrar allí era dejarse llevar por el instinto. El aire estaba enrarecido, la temperatura de la estancia era tres o cuatro grados más elevada que la del resto del local. Olía a sexo. La música de fondo eran los jadeos de los que disfrutaban del anonimato que la oscuridad proporciona. No pude evitar retroceder, quería avanzar pero no podía. Mi cabeza quería  una cosa, mis pies hacían otra. Al buscar la salida me topé a mis espaldas con alguien que intentaba acariciarme. Con una mano buscaba insistentemente mi sexo, mientras con la otra intentaba alcanzar mi pecho. Me aparté bruscamente. Víctor tenía razón, mi aspecto era un verdadero reclamo. Notaba las miradas de deseo pegadas a mi piel.

   — Creo que aun no estás preparada para el cuarto oscuro —susurró irónico a mi oído

 — A si, ¿eso crees?—. Quería  que mi voz sonase desafiante, lujuriosa.

Acerqué mi boca a su oído, para que sintiese mi aliento mientras introducía mi mano por debajo de la toalla que llevaba alrededor de la cintura.

  — ¿Quieres jugar? — Dijo— Pues entonces, juguemos.

Desapareció por unos minutos, dejándome sola, nerviosa. No sabía que pretendía. Yo buscaba a un lado y a otro hasta que sentí como colocaban una suave tela sobre mis ojos y la ataban sobre mi nuca.

— Ahora estás en mis manos. Déjate llevar.

Su voz sonaba rara. Distinta.

Me besó largamente en la boca, su lengua experta recorrió cada pequeño rincón. Mientras lo hacía iba girando mi cuerpo sujetando las manos a mi espalda. Noté como ataba  mis muñecas. El nudo era suave, con un leve movimiento habría quedado liberada, pero no quería. Aunque me inquietaba estar privada de visión e inmovilizada,  me deje hacer. Me deje llevar.

Manos y lenguas recorrían mi cuerpo, amasaban mis pechos, profanaban mi sexo. Me veía obligada a separar los muslos, a doblar mi cuerpo unas veces con suaves caricias, otras, con fuertes embestidas. ¿Cuál de todas aquellas manos eran las de mi amante? Realmente no me importaba, disfrutaba de cada caricia de cada embestida por igual, fuese quien fuese el propietario.

De pronto todo se paró. Deje de sentir caricias y embestidas. Noté como dejaban libres mis muñecas y como apartaban la venda de mi rostro.

Cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la escasa luz, nadie me miraba, nadie advertía mi presencia. Ya no notaba sus miradas pegadas a mi piel. Cada grupo, cada pareja estaba a lo suyo. Tampoco veía a mi amante, le buscaba con la mirada por toda la estancia, hasta que oí su voz detrás de mí.

Tenía una copa en la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario